Un día en la clínica medica de Cojutepeque
Rastros y rostros arman cada día las 6:30 de la mañana en las paredes amarillas y ocres de la Unidad de Salud de la Ciudad de Cojutepeque y reflejan el andar y venir de varios pares de batas blancas.
Una ambulancia de FOSALUD espera en el parqueo para salir ante cualquier urgencia. Las señoritas enfermeras bailan al son de la gran fila de pacientes que espera ser atendido con su respectiva toma de signos vitales para pasar consulta con los médicos generales. El resto de la ciudad aun duerme, pero la Unidad de Salud ya está despierta y preparada para salir con todo el día de hoy.
Cada día, todo un mundo de mentes abre sus puertas ante la mirada acostumbrada de los doctores. La Dra. Ellen Alvarenga de Dueñas, jefe de la unidad de Cojutepeque, ya está en su turno a las 7 de la mañana en punto. La expresión de su rostro y sobre todo sus ojos, revelan preocupación al ver la fila interminable que se observa a lo largo del ruidoso y alborotado pasillo. Una mueca de incredulidad cubre su rostro. El ir y venir de historias es constante, porque cada paciente sabe tener su historia.
Tres médicos especialistas dirigen al equipo cada día: "un cirujano, un internista y un ginecólogo” junto con una historia clínica del paciente particular de la Unidad de Salud, el lugar en donde se dan cita muchas veces la vida y la muerte y en el que la distancia entre una y otra puede ser sólo cuestión de minutos.
”Lunes traumatólogo", explica la Dra. Alvarenga. El grupo lo completan los médicos residentes, una licenciada en Materno Infantil, un staff de 4 médicos y los internos. Estos últimos trabajan hasta 5 días seguidos y se deslizan por la sala, repleta, como si fueran "zombis".
Son las 10:30 de ese día. Los cubículos donde se atiende a los pacientes, son como pequeños escenarios donde se condensan los instantes que dan vida a la unidad del hospital, en continuo movimiento. Por momentos, ninguno está vacío. En el primero, un borrachito duerme plácidamente con la ayuda de un suero que le ha devuelto el color a sus mejillas. El segundo y el tercero, aún sin gente, presentan cortinas descubiertas. En el cuarto, un señor del Cantón Jiñuco de Cojutepeque, con severos traumatismos, aguarda sumiso en una camilla a que le coloquen la aguja con el suero respectivo, en la vena de su mano derecha. Y en la última banquilla, espera un joven con la cara inflamada, cuenta que se durmió con varias copas de más y fue atacado por guardias privados en las afueras de un banco de la pequeña ciudad.
1:30 de la tarde y pese a todo, los pacientes piensan que el servicio de atención es muy tardado pero que la medicina es gratis y buena y que vale la espera porque la “economía” no anda nada bien. Y el día se va así a veces lento a veces rápido pero siempre con algo que hacer.
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